EL ESPINAR DE 1898, EN DOS MINUTOS por Sinesio Delgado


Relato escrito por el genial Sinesio Delgado en el semanario festivo ilustrado Madrid Cómico, del que llegó a ser director, tras una visita a El Espinar en agosto de 1896, donde pudo ser testigo de un pueblo muy singular.

I
En las noches negras, cuando el tren rueda por las montañas entre resoplidos de fatiga y crujidos del maderamen, se ven de vez en cuando, como perdidos en las fragosidades de la sierra, unas lucecitas lejanas que revelan la existencia de un pueblo. Pocos serán los viajeros que no hayan sentido al verlas un irresistible afán de apearse en la primera estación y sumirse en aquella oscuridad misteriosa para acercarse al caserío y asomarse a las ventanas donde brillan las luces, para preguntar a los que las encendieron:

Pero ¿viven ustedes aquí? ¿Quiénes son ustedes?

Porque la imaginación en semejantes casos hace soñar con gentes extrañas, de otro mundo, que vegetan en la soledad nunca turbada como jabalíes entre breñas.

Yo confieso haber sentido muchas veces, al cruzar el Guadarrama, esa curiosidad que infunde lo fantástico y maravilloso cuando surge al paso en plena realidad de la vida.

Y mire usted por dónde, cuando menos podía imaginarlo, he venido a pasar tres días, ¡tres deliciosos días por cierto! en uno de esos pueblecillos encantadores, y he visto de cerca las misteriosas lucecillas y he oído allá lejos la trepidación del tren y el estridente silbido de la locomotora. De modo que si se le ha ocurrido a algún viajero preguntarse:
¿Quién vivirá allí?
Hubiera podido responderle:
Pues... yo, que estoy en el Espinar tomando el fresco.

Diré a ustedes por qué ha sido.
Para la preparación de un plan vasto, tremendo para las fuerzas de un hombre solo, y relativamente importante, que con el periódico se relaciona, que me hace pasar unos días de perros y de cuyos detalles informaré a ustedes oportunamente y cuando esté en sazón y punto, necesitaba yo probar mis fuerzas, aprender el manejo de tres máquinas fotográficas, que ojalá se lleven los mengues, porque queman la sangre a un santo, ensayar la puntualidad y el gusto del taller de fotograbado y de la imprenta, y hacer una excursión preparatoria para tentarme la ropa en los apuros que pudieran sobrevenir en la campaña grande. Y me fui al Espinar con Cilla.

No hagan ustedes caso de esta especie de simulacro llevado á cabo en malas condiciones. De propósito he hecho el viaje sin saber palotada de fotografía, y adrede he puesto plazos perentorios a los grabadores, y con toda intención he dicho que se haga la tirada en la imprenta de prisa y corriendo... Hay que ponerse en todo, por si en la futura empresa hubiera que cargar con lo que saliere.

II
Ni con un candil de cuatro mecheros hubiera podido encontrar en todo el orbe conocido lugar más apropósito para el desarrollo de mi idea. Cerca del Espinar veranea mi buen amigo el pintor escenógrafo Amalio Fernández, consumado fotógrafo, maestro en el arte de escoger puntos de vista y para el cual no tienen secretos el hiposulfito y la hidroquinona. (Uso estos nombres de química de laboratorio para que los profanos no sepan con qué se comen y se mesen los cabellos de rabia.) Es, además, el Espinar un pueblecito modelo, donde se conservan puros los tipos y costumbres de la sierra segoviana, y donde los habitantes todos, altos y bajos, ricos y pobres, tratan con tal cariño y tan extremada consideración a los forasteros, que casi se les puede perdonar que suban, para los citados forasteros exclusivamente, los precios de las alpargatas y de los artículos de primera necesidad.

No es posible que pueblo alguno guarde en sus expansiones mayor orden y compostura. En el teatro, en el baile, en la novillada, no se oye una voz más alta que otra, ni una protesta, ni el menor asomo de pelea o escándalo. Los buenos aldeanos se divierten pacíficamente sin faltar a nadie ni descomponerse por nada.

A quien se le diga que yo me he plantado, hecho una facha, por cierto, con mi instantánea enorme, en mitad de la plaza, momentos antes de la salida del primer novillo, y no sólo no se le ha ocurrido a nadie una cuchufleta, como parecía natural, sino que todos aquellos mozos se han echado a un lado voluntariamente para no perjudicarme él foco, le parecerá un cuento inverosímil. 
Y no sé yo en cuántos pueblos de España podría permitirme osadía semejante.

III
Está el Espinar asentado en el mismísimo corazón de la sierra, entre empinados montes cuajados de pinos unos y mondos y lirondos otros, gracias a las talas intempestivas y a la falta de repoblación, que acabará por dejarnos calva la Península dentro de algunos siglos; se llega al pueblo después de tres cuartos de hora de traqueteo en uno de
los carricoches de Celestino, que hacen el servicio a la estación, y.… en cuanto uno se quita el polvo, si tiene esa fastidiosa costumbre, ya se sabe que ha de ir a parar al consulado.
Llaman allí el consulado a la botica, porque es una especie de obligación de todo el que llega la de presentarse en ella a acreditar su personalidad antes de dar un paso por las tortuosas calles del Espinar. Esta obligación no viene de mandato de la ley, sino de la excesiva amabilidad del boticario, hombre atento y servicial si los hay, que se desvive por acompañar a los forasteros, que los ilustra, que los mima y que los atiende con una bondad que le atrae desde el primer momento todas las simpatías. 

En tan espinosa tarea le ayuda poderosamente su heredero, guapo mozo, estudiante de derecho en la corte y que, como su colega el de El monaguillo, prefiere cumplir su sagrada misión, naturalmente, cerca de las muchachas...

El alcalde es de los que dan la castaña, como aquel de Zalamea que vino a presidir la procesión del centenario de Calderón y que tan bravo chasco dio a los periodistas. Cree uno que va a encontrarse con un paleto rudo, de sombrero ancho, calzón corto y capa de paño de Santa María de Nieva, y tropieza con un caballero distinguido, afable, de una ilustración vastísima, vestido a la última, con sombrero Frégoli, y que no produciría asombro de ninguna clase si le presentaran diciendo:
—El señor ministro de Gracia y Justicia.
Es, además de esto, rico como un nabab... montañés, y pudo permitirse el lujo de ofrecernos, para que los capearan los mozos en un par de horas, nada menos que veinticuatro novillos relativamente bravos, de su propia cosecha.

Por cierto, que la corrida es cosa curiosa: 
La plaza, construida de piedra siglos ha, con sus burladeros correspondientes, y las ranuras necesarias para introducir tablones en las bocacalles, se acaba de rellenar con carretas, se hace el encierro, termina el rosario, salen de la iglesia el señor alcalde, los sacerdotes, el teniente de la Guardia civil, el juez municipal y algunos concejales y hacen su entrada solemne en el ruedo precedidos por el tamboril y la gaita, para dirigirse a un corredor previamente engalanado con colgaduras rojas y gualdas. 

Se suelta un novillo cada dos minutos, le torean los mozos más atrevidos con boinas, mantas o pañuelos y se concretan los más á huir de él metiéndose en los burladeros o debajo de las carretas, llenas de chiquillos, mujeres y personas formales.


Hay quien se defiende de las acometidas trepando a los balcones de las fachadas que quedan libres, con el único cuidado de poner en alto la cabeza, almacén del pensamiento, y hacer caso omiso de todo lo demás, como si las posaderas "fuesen materia despreciable que pudiera abandonarse a los cuernos.

Acabada la corrida, se organiza un baile en rueda, en que el gaitero borda las jotas del Dúo de la Africana y de la Dolores con arpegios de su invención propia, y en el cual las parejas, rindiendo culto a la moral más escrupulosa, toman la danza en serio y saltan y brincan sin hablar palabra y como cumpliendo el penoso deber de divertirse...
IV
También en el Espinar hay teatro. En una sala baja del Ayuntamiento se ha levantado un modestísimo tablado, se ha pintado una decoración todavía más modesta y se han colocado unos cuantos bancos para los espectadores.

Allí he visto representar a unos infelices actores, mustios, mal trajeados, con la angustia de una situación dolorosa pintada en los semblantes, la comedia' Del enemigo el consejo, en la cual no sé si sabrán ustedes que no se habla más que de sacas de dinero y títulos de la deuda, son los personajes banqueros opulentos y capitalistas encumbrados, y estriba el asunto en el millón que ha de llevar de dote la protagonista. ¡Daba compasión todo aquello! Cuando el galán decía al final del tercer acto: «Tío, ya tengo el millón», no era posible que se lo creyera el tío ni ningún alma cándida. Despachaba los billetes, a través de una reja que parecía dar a un calabozo de la cárcel, un joven afeitado, prototipo de los que se pasean por la calle de Sevilla, los recibía en la puerta de entrada un serrano con sus polainas, su vara y su chaqueta al hombro, y servían de apuntadores indistinta y alternativamente los actores y las actrices de la compañía.

Dudo mucho que este papel llegue á sus manos, pero si así fuere, lléveles este testimonio de admiración y lástima hacia los bohemios desdichados que, por un pedazo de pan, van repartiendo las raspas del arte entre los sencillos aldeanos, apartándoles de la taberna y de la brisca y poniendo, a su manera, el grano de arena en la gran obra de la civilización y de la cultura patrias.

V
Un detalle. En el Espinar, cuando mueren los mozos solteros, les entierran con palma. Esta costumbre, que algún fundamento ha de tener, habla muy alto en favor de la virtud de los hombres, pero... hace dudar de los atractivos de las damas.

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